Desde la antigüedad aparecen ciertas obsesiones en el pensamiento humano: la inmortalidad, el poder y el erotismo. Su desarrollo ha sido dicotómico, ha ido entre el bien y el mal, entre lo blanco y lo negro, la luz y las tinieblas. La filosofía, la psiquiatría y la sicología se han ocupado de estudiarlos y el arte de reinterpretarlos.
Las tres obras de teatro reunidas en “Trilogía vampírica” son una coedición entre Ediciones El milagro y el Fondo Editorial del Estado de Morelos (FEDEM). Hermoso ejemplar que contiene el puntual prólogo del maestro Bernardo Ruíz y fotografías de cada una de las puestas. La “Trilogía vampírica” de Silvia Peláez, permite al lector, sin duda, adentrarse en la sicología de los vampiros y de los hombres que los idolatran. No se trata de un terror impostado y simulado muy a lo Soho, sino que es la confrontación con lo más oscuro de las mentes humanas. La publicación de la “Trilogía vampírica”, significa también el retorno de Silvia Peláez a la tierra que le vio nacer.
Creo que a Silvia Peláez le interesa el vampirismo, porque desde ahí puede explorar lo más deleznable de la condición humana. Digamos que desde las tinieblas puede conducirnos a la luz, esa que puede cegarnos. También porque quiere explicarse y explicarnos ese mundo.
La inmortalidad, contra lo finito de la existencia, y, precisamente, Umberto Eco declaró que la lectura es la posibilidad de alcanzar la inmortalidad hacia atrás. Esto es que alguien que no lee sólo vive, pero alguien que sí lee, vive muchas más vidas, otras, lejanas, ajenas teniendo la posibilidad de aprender mucho más de lo que una simple vida permite. Por lo que leer la “Trilogía vampírica” deja conocer una geografía perturbadora.
El teatro es vida, viene de la vida y logra que el espectador se atreva a vivir de otra manera. Es así que en “El vampiro de Londres”, a pocas horas de ir al cadalso, John Haigh, el personaje que construye Silvia Peláez, no se arrepiente de sus actos. Incluso está seguro de que cuando lo ejecuten, podrá alcanzar la inmortalidad anhelada. Y el juego que establece justificándose ante la humanidad a partir del cumplimiento de los mandatos de un ser superior parecen redimirle. Muy a lo Truman Capote y a partir del non fiction, la autora hábilmente desencadena su dramaturgia.
En la pieza “Inmortalidad”, a partir de la figura de Drácula de Bram Stoker, la autora recrea el mito y nos convierte en voyeuristas, logrando que desde la penumbra algo nos agite. Si el mito está relacionado con el sentido de realidad y si es la cultura el espacio donde se produce sentido, sea de forma personal o colectiva, entonces entre mito y cultura hay un entrecruzamiento de caminos.
El erotismo a lo Bataille, en “Érzebeth, la bañista de la tina púrpura”, Silvia Peláez, lleva al objeto de deseo hasta la última consecuencia, transgredido, roto, desmembrado. En un ir y venir del pasado al presente nos revela que si arrastramos la actitud de la condesa Érzebeth a nuestros días observaremos cómo para preservar la belleza existen una variedad de cosméticos. Y cómo los feminicidios que se siguen cometiendo encierran toda la oscuridad del mundo.
Silvia Peláez construye su poética a través de la espeluznante figura del vampiro: señor de las tinieblas insaciable y en perpetua búsqueda de erotizarse. Cuestiona la propia cultura como consumo del objeto de deseo, ya que la nuestra es una cultura depredadora. Las estructuras son fuertes y su mátrix se percibe documentada. Los personajes de Silvia Peláez, van lejos. La dramaturga juega mucho con la imagen lo que hace suponer que para ella la imagen es consecuencia del imaginario. Las voces de los personajes son filigranas resonadoras de épocas y espacios bien conocidos por la autora. Diálogos inteligentes y aforísticos. La trilogía vampírica resulta un reto para los actores y para los directores que decidan emprender sus montajes.
Estoy segura de que en la posmodernidad estos vampiros nos siguen seduciendo, ya que aún forman parte de nuestro imaginario y nos ofrecen la posibilidad de empoderar ciertos tópicos vinculados a la construcción de género y el erotismo. Todos somos mirones, todos hemos visto con morbo, nos aterra lo finito de la existencia y quisiéramos que todo fuese luminoso, pero en las tinieblas: la muerte en silencio nos pisa los talones.
*Texto leído en la presentación del libro “Trilogía vampírica”, el pasado martes 2 de mayo de 2017 en la Sala Manuel M. Ponce, del Centro Cultural Jardín Borda.